«Soy testigo
de lo hondo
del amor de Dios, del cuidado y celo que guarda
por cada uno
de los hermanos
que pasan
por el PCC»

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 139
 

Lo que aprendí sirviendo

Dios me sorprendió hace algunos años con un llamado muy especial: el de ser su servidora en el Proceso Comunitario para la Confirmación (PCC).

En estos seis años de servicio fui creciendo en el amor a los demás, en la confianza en su Providencia, en la entrega y en el esperar pacientemente los tiempos del Padre.

Soy testigo de lo hondo del amor de Dios, del cuidado y celo que guarda por cada uno de los hermanos que pasan por el PCC. Él es el verdadero Guardián de sus vidas.

La pobreza, la sencillez de corazón, la misericordia, el olvido de uno mismo frente a la necesidad del otro, el amor por el pueblo que nos confía, así como la fuerza de la Palabra, la oración, el testimonio y la exhortación permanentes son las herramientas que he aprendido a pedir para que mi ofrenda agrade al Señor y dé frutos. Aprendí a sembrar para que Él coseche en el momento oportuno.

Puedo decir que el PCC tiene vida propia, tiene un "mecanismo" que trabaja sin parar: el Espíritu Santo. El mismo que impulsa cada anuncio, cada compartir, cada canto, cada encuentro pastoral.

En más de una ocasión me encontré anunciando algo que no tenía previsto o cambiando el desarrollo de una reunión, o animando a algún hermano. Porque el Espíritu sopla fuertemente en los corazones de quienes servimos y he visto la gracia derramada en los hermanos. El verlo obrar con todo su poder me hace sentir pequeña frente a su grandeza y me ubica nuevamente en el lugar de hija y necesitada de su amor.

Dentro del cuerpo de catequistas el Señor se vale de todo para enseñarnos a caminar como verdaderos hermanos. Personalmente pude reconciliarme en más de una oportunidad con otros servidores, aprendiendo a pedir perdón y también a perdonar.

El servicio también fue de rescate para mi vida. Frente a la muerte de papá y de otros familiares en pocos meses, descubrí que ir a entregar lo poco que tenía en el PCC llenaba mi corazón de una alabanza inexplicable. Yo iba con casi nada para dar y volvía llena de alegría y paz. Por esto y otras cosas, el PCC ocupa un lugar muy importante en mi historia de salvación.

El lavarle los pies cada sábado a los hermanos continúa resonando en mi corazón como un fuerte llamado a la humildad, a correrme para dejar que sea Dios quien obre.

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Romina C.
Centro Janer
Cristo Vive Aleluia!
Nº 139, p. 8 (2003)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.