¡En el Nombre del Señor!

Él se da como quiere, cuando quiere y a quien quiere. El 30 de enero de 1997 me dieron el alta, después de estar cuatro días internada por una hemorragia muy grande, un aborto espontáneo; tuvieron que hacerme un legrado.

A los quince días, cuando voy a buscar el resultado de mis estudios —Papanicolau, colposcopía— me da todo mal; una infección grande en el cuello, una llaga ulcerada que si no se trata a tiempo termina en cáncer. Me dicen que la pérdida del bebé se debía a esto y que no puedo quedar embarazada por lo menos por dos años. Tratamiento de antibióticos, óvulos, no logran curarme.

En la Pascua siento la experiencia de sentirme cuidada por la intercesión de mis hermanos en Córdoba; valoro la importancia de tenerlos y de ser comunidad. Lo mismo que el paralítico, a quien los amigos lo meten por el techo para que Jesús lo sane. Así me sentí.

A siete meses de todos estos momentos tan fuertes, voy al ginecólogo a control y me dice:

Mirá, la llaga se ha agrandado, tu último estudio te dio mal. Te voy a tener que operar.

Me pide otros estudios, y cuando voy a buscar el resultado me dice:

¡Estás embarazada de nuevo! Es una locura. ¿Qué hacemos con tu enfermedad? No te puedo hacer nada con el bebé ahí.

Bueno, descansando en la fidelidad de mis hermanos me entregué y lo único que le decía a Dios era: ¿qué querés que haga?, sólo quiero cumplir tu voluntad. Tengo tres hijos, 33 años, y 9 meses de espera. Era mucho para un posible cáncer.

Consulto a un tercer médico, conocido en Córdoba por su opción por la vida. Trabaja con madres de alto riesgo.

Se preocupa por mi estado, me hace todos los estudios de nuevo, desinfecta la llaga, trata de curarla un poco. Y me dice:

Te voy a operar. Corre riesgo la vida del bebé con una intervención, pero es la única forma de parar esto. Es probable que el cáncer esté escondido detrás de las paredes del cuello.

A seis días de esto, tengo un sueño maravilloso. No encuentro las palabras justas pero voy a tratar de narrarlo. Mi madre, mi Guardiana de la Fe, a quien veo llena de luz, con un Señorío que no puedo explicar, bellísima y muy dulce, me dice:

Negrita, hija querida, te invito a que entres en mi Jardín, vos ahí tenés un lugar especial.

Yo entro y me postro ante tanta Majestad y Pureza y ella me toma de la cabeza y me abriga contra su seno. Me despierto, bañada en transpiración, toda mojada, e inundada de perfume a flores silvestres y rosas. En ese momento no me di cuenta de la sanación.

A los dos días voy al médico, para que me diera la fecha de la operación. Y cuando me revisa me dice:

¡No puede ser!

Doctor ¿qué pasa ahora? —le pregunto.

No puede ser, ¡no tenés la llaga! Ha desaparecido.

¿Cómo puede ser?

Cuando ve el resultado de los estudios no lo puede creer: perfectos. Me da clase 1, en perfecto estado. Da así a mujeres solteras sin chicos. Mi Madre me sanó por la intercesión de mis hermanos, por su Fe y fidelidad. ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor me haya visitado y sanado?

En alabanza y Gloria a Él,

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Negra
Cristo Vive Aleluia!
Nº 111, p. 30 (1998)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.