Cree y verás la gloria de Dios

Hacía un tiempo que yo había estado pidiéndole insistentemente al Señor que me sanara. Eran los primeros días de Cuaresma, y el Señor me llamaba a volverme a él. Le pregunté qué camino debía tomar para reencontrarlo y me dijo: "Vuelve a orar con tus hermanos, regresa al Movimiento de la Palabra, allí te estaré esperando…".

Y llegó el retiro de Pascua V. ¿Voy o no voy? Debí luchar contra tentaciones que me presentaban una serie de 'razones valederas' para no asistir al retiro. Pero triunfó el Señor y me llevó… El testimonio de una hermana me tocó profundamente, cuando me dijo: "Desde que estoy en el Movimiento, el Señor cambió mi vida; por ejemplo, yo antes fumaba muchísimo y desde que me reúno para orar, no necesito fumar más".

Ya el Jueves Santo, el Señor me pidió que le entregara todo mi corazón. Yo sentía que quería responderle pero no totalmente. Había rincones de mi ser que ni siquiera me pertenecían; ¿cómo podía entregárselos a él? El Señor insistía en querer mostrarme Su amor, Su poder y Su gloria. Y me pidió que le entregara el cigarrillo. Pero, ¿cómo podría hacerlo, si ésa era una de las cosas sobre las que yo misma no tenía dominio? ¿Si tantas veces me había propuesto a mí misma tan sólo fumar menos y nunca lo había logrado?

El Señor me hizo entender que cuando él pide, da también la gracia para la entrega. Y me ofreció su gracia para sanar el hábito de fumar y todo lo que ese hábito implicaba para mí. Se alegró mi corazón y alabó al Señor; pero la tentación llegó para decirme: "No lo cuentes a nadie, porque si no resistes y vuelves a fumar, se burlarán de ti".

Era la tarde del Sábado Santo; Pascua V comenzaba a vivir la Resurrección. «Si crees, verás la gloria de Dios», decía el lema del retiro. Yo sentía que el Señor había estado sepultado en mi corazón durante mucho tiempo, y que en ese momento comenzaba a resucitar. El 'hombre nuevo' que tantas veces había mencionado, como tantos otros cristianos, ahora sí era una realidad en mí por su gran misericordia y por su espera incansable. Al llegar el momento de reunirse en grupos para edificarse mutuamente con las experiencias de esos días, el Señor me movió a contar lo del cigarrillo. Ya no temía el ridículo con que me amenazaba el tentador, porque sabía que no sería mi fuerza de voluntad sino la gracia omnipotente del Señor, la que iba a dar firmeza a mi entrega.

Pasada la primera semana, casi insensiblemente, comencé a descubrirme sana. Sí, porque yo arrastraba en mi corazón, desde mi niñez, marcas de las que no pude desprenderme ni aún con tratamiento psicológico; traumas que no me dejaban ser feliz ni hacer felices a los que me rodeaban. Y casi sin darme cuenta cómo ni cuándo, me sentí sana. La prueba la daría el correr del tiempo, pero me sentía sana. Sentía que en mi corazón ya no había heridas viejas. El Señor, con el poder de su amor, las había borrado, curando todas las consecuencias concretas que ellas originaban en mi vida.

El que estuvo físicamente enfermo durante mucho tiempo, y luego sanó, sabe lo que significa volver a sentirse sano: es un gozo, una alegría indescriptible. Y no hace falta que nada ni nadie nos lo pruebe, porque lo sentimos interiormente en todo el organismo. Mi enfermedad era psíquica y me sentía feliz de volver a la plenitud de mí misma después de tantos años. Aquello del cigarrillo sólo había sido una pequeña muestra de las maravillas que el Señor quiso y quiere obrar en mí. ¡Gloria al Señor Jesucristo, que me hizo ver su gloria!

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Dra. Ersilia I.
Cristo Vive Aleluia!
Nº 15, pp. 29-30 (1978)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.