«¡Oh Sabiduría siempre antigua
y siempre nueva, cuán tarde
te he conocido!»
(san Agustín)

«Quien ama a Cristo, no debe tener miedo de encontrarse con Él»

Reseña biográfica de san Agustín de Hipona,
  obispo y doctor de la Iglesia (354-430)

San Agustín es uno de los santos más famosos de nuestra Iglesia Católica. Después de Jesucristo y de san Pablo es difícil encontrar un líder espiritual que haya logrado ejercer mayor influencia entre los católicos. Su inteligencia es sencillamente asombrosa, su facilidad de palabra ha sido celebrada por todos los países. De los 400 sermones que deja escritos se ha sacado y seguirá sacando material precioso para la enseñanza.

Cuando Aurelius Augustinus se convierte al catolicismo escribe el libro Confesiones, que lo ha hecho famoso en todo el mundo. Su lectura ha sido la delicia de millones de lectores en muchos países por muchos siglos. Él comentaba que a la gente le agrada leer este escrito porque gozan leyendo de los defectos ajenos, pero no se esmeran en corregir los propios. La lectura de "Las Confesiones de san Agustín" ha convertido a muchos pecadores. Por ejemplo santa Teresa cambia radicalmente de comportamiento al leer esas páginas.

De joven sufre una grave enfermedad y ante el temor de la muerte se hace instruir en la fe católica y se propone hacerse bautizar. Pero apenas recobra la salud se olvida de sus buenos propósitos y sigue siendo pagano. Más tarde critica fuertemente a los que dejan el bautismo para cuando ya son bastante mayores, para poder seguir pecando.

Luego lee una obra que le hace un gran bien: el Hortensio de Cicerón. Este precioso libro lo convence de que cada cual vale más por lo que es y por lo que piensa que por lo que tiene.

Pero luego tiene un retroceso en su espiritualidad. Ingresa a la secta de los maniqueos, que afirma que este mundo lo ha hecho el diablo, y enseñan un montón de errores absurdos. Luego se va a convivir con una muchacha y de ella tiene un hijo al cual llama Adeodato (que significa: Dios me lo ha dado).

Lee las obras del sabio filósofo Platón y se da cuenta de que la persona humana vale muchísimo más por su espíritu que por su cuerpo, y que lo que uno más debe esmerarse en formar es su espíritu y su mente. Estas lecturas de Platón le son inmensamente provechosas y lo van a guiar después durante toda su existencia.

Se dedica a leer la santa Biblia y se desilusiona, ya que le parece demasiado sencilla y sin estilo literario, como los libros mundanos. Y deja por un tiempo de leerla. Después dirá, suspirando de tristeza: «Porque la leía con orgullo y por aparecer sabio, por eso no me agradaba. Porque yo en esas páginas no buscaba santidad, sino vanidad, por eso me desagradaba su lectura. ¡Oh Sabiduría siempre antigua y siempre nueva, cuán tarde te he conocido!».

Tras convertirse, al volver a África es ordenado sacerdote y el obispo Valerio de Hipona, que tiene mucha dificultad para hablar, lo nombra su predicador. Y pronto empieza a deslumbrar con sus maravillosos sermones. Predica tan hermoso, que nadie había escuchado hablar a alguien así. La gente escucha hasta tres horas seguidas sin cansarse. Los temas de sus sermones son todos sacados de la Biblia, pero con un modo tan agradable y sabio que la gente se entusiasma.

Al morir Valerio, el pueblo lo aclama como nuevo obispo y debe aceptar. En adelante será un obispo modelo, un padre bondadoso para todos. Vive con sus sacerdotes en una amable comunidad sacerdotal donde todos se sienten hermanos. El pueblo sabe que la casa del obispo Agustín siempre está abierta para los que necesitan ayuda espiritual o material. Es un gran predicador invitado por los obispos y sacerdotes de comunidades vecinas, y escritor de libros bellísimos que han sido y serán la delicia de los católicos que quieran progresar en la santidad. Tiene la rara cualidad de hacerse amar por todos.

Había en el norte de África unos herejes llamados donatistas, que enseñaban que la Iglesia no debe perdonar a los pecadores y que como católicos solamente deben ser admitidos los totalmente puros (pero no tenían ningún reparo en asesinar a quienes se oponían en sus doctrinas). Agustín se les opone con sus elocuentes sermones y brillantísimos escritos, y no son capaces de responder a sus razones y argumentos.

   

Al fin logra llevar a cabo una reunión en Cartago con todos los obispos católicos de la región y todos los jefes de los donatistas. Allí los católicos dirigidos por Agustín derrotan totalmente en todas las discusiones a los herejes, que son abandonados por la mayor parte de sus seguidores, y la secta se va acabando poco a poco.

Llega enseguida otro hereje muy peligroso: un tal Pelagio, que enseñaba que para ser santo no hace falta recibir gracias o ayudas de Dios, sino que uno mismo por su propia cuenta y propios esfuerzos logra llegar a la santidad. Agustín, que sabe por triste experiencia que por 32 años había tratado de ser bueno por sus propios esfuerzos y que lo único que había logrado era ser malo, se le opone con sus predicaciones y sus libros, y escribe un formidable tratado de La Gracia, el cual prueba que nadie puede ser bueno, ni santo, si Dios no le envía gracias ni ayudas especiales para serlo. En este tratado tan lleno de sabiduría se basan los teólogos de la Iglesia después de siglos para enseñar acerca de la gracia.

Cuando Roma es saqueada y casi destruida por los bárbaros de Genserico, los antiguos paganos dicen que todos estos males han llegado por haber dejado de rezar a los antiguos dioses paganos y por haber llegado la religión cristiana. Agustín escribe entonces un nuevo libro, el más famoso después de las Confesiones, La Ciudad de Dios (le llevó 13 años redactarlo). Allí defiende poderosamente la fe católica y demuestra que las cosas que suceden, aunque a primera vista son para nuestro mal, están todas en un plan que Dios hizo en favor nuestro, que al final veremos que es para nuestro bien (como dice san Pablo: «Todo sucede para bien de los que aman a Dios»).

En el año 430 Agustín empieza a sentir continuas fiebres y se da cuenta de que la muerte se acerca. Tiene 72 años y cumple 40 años de católico. Su fama de sabio, de santo y de amable pastor es inmensa. Los bárbaros atacan su ciudad de Hipona para destruirla, y él muere antes de que la ciudad caiga en manos de semejantes criminales. A quien le pregunta si no siente temor de morir, le contesta: «Quien ama a Cristo, no debe tener miedo de encontrarse con Él». Pide que escriban sus salmos preferidos en grandes carteles dentro de su habitación para irlos leyendo continuamente (en sus sermones, había explicado los Salmos). Durante su enfermedad cura a un enfermo con sólo colocarle las manos en la cabeza, y varias personas poseídas por malos espíritus quedan libres. San Posidio, el obispo que lo acompaña hasta sus últimos días, escribe después su biografía.

Oración

Señor Dios de bondad,
renueva en tu Iglesia aquel espíritu que,
con tanta abundancia, otorgaste al obispo san Agustín,
para que también nosotros tengamos sed de ti,
única fuente de la verdadera sabiduría,
y en ti, único manantial del verdadero amor,
encuentre descanso nuestro corazón.
Por Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor.


Más información:
evangelizo.org es.wikipedia.org
corazones.org aciprensa.com
Confesiones ewtn

Esta síntesis se ofrece instar manuscripti para su divulgación. Es una copia de trabajo para uso interno de El Movimiento de la Palabra de Dios, y ha sido depurada dentro de lo posible de errores de tipeo o traducción.