Amar es entregarle la vida a Dios
como Él la dio
por nosotros.
Es entregarle
la vida para que
su Reino se realice plenamente
en nuestro interior, entre nosotros,
en los vínculos interpersonales
y en el entramado de la vida social
del hombre

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 168
 

El sí de Dios para mi vida

La figura y la vida de María pueden, en la celebración de su Asunción al Cielo, llevar a preguntarnos: ¿Cuál es el querer de Dios para mi vida y la del mundo? María nos da una muestra del querer de Dios en su vida donde «miró con bondad la pequeñez de su servidora» (Lc 1,8). Jesús es el sí de Dios para la vida de María y, en ella, también para nosotros.

El sí de Dios es un gesto misericordioso e histórico: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que, en Él, tengamos Vida eterna» (cf. Jn 3,16). El sí de Jesús es otro gesto, un gesto de alianza del hombre con Dios en la cruz. Él es nuestro Salvador y la invitación a una Vida nueva de Alianza y santificación. Y para eso nos da su Espíritu que hace también un gesto de amor a nosotros, trabajando la santidad en nuestra vida.

El Espíritu nos revela cuál es el querer de Dios para nuestra vida redimida por Jesús: «Así como el que los llamó es Santo, también ustedes sean santos en todo su comportamiento: "sean santos porque Yo soy santo"» (1 Pe 1,15)

Y esa santidad es la del amor de Dios. Amar a Dios es querer como Él quiere, es realizar mi voluntad en el amor de Dios. Porque el querer de la libertad se realizaen el amor, y la falta de amor es la frustración de la libertad y de la persona. En el amor que Dios me tiene, y por gracia de Dios, descubro la plenitud trinitaria de Dios en mi vida nueva. Dios me realiza en su amor pleno y eterno.

Sabemos que el Espíritu nos impulsa a manifestar la santidad del amor en el trato con el prójimo. Es un amor de fraternidad: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano a quien ve?» (1 Jn 4,20).

Se trata de un amor discipular, es decir, de reciprocidad: «Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 4,11). Es un amor de solidaridad: «Si alguien vive en la abundancia y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra el corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17). Como el de Jesús, éste es un amor pascual: «(…) también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1 Jn 3,16).

María y los apóstoles podrían decirnos también que amar es entregarle la vida a Dios como Él la dio por nosotros. Es entregarle la vida para que su Reino se realice plenamente en nuestro interior, entre nosotros, en los vínculos interpersonales y en el entramado de la vida social del hombre. Amar es dejar que Dios haga de mi vida una misión.

En este sentido, amar es entregarse y hacer de la vida una misión de alianza. Para que todos los hombres se reconozcan como imágenes de Dios, salgan del pecado, y se encuentren con Jesús en su Palabra, la Eucaristía y la intimidad con Él, viviendo en la alianza de una fraternidad comunitaria y universal. El amor es alianza y civilización nueva entre los hombres. Y esto se sustenta en una comunidad discipular de base eclesial.

Digámosle a nuestro Padre eterno junto con María: Padre, que tu querer se haga mío para que reines en mi vida y en el mundo. Para que nuestra alianza con vos se haga convivencia social de paz, unidad fraterna, respeto de la vida y solidaridad entre los pueblos. ¡Padre, derrama tu Espíritu en todos los hombres para que venga a nosotros tu Reino! ¡Con Jesús y con María, te decimos sí, amén!

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 168, p. 7 (2009)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.