Al legítimo proceso de globalización humana
se lo utiliza
en favor
de una economía explotadora
del hombre
y sin sentido
de trascendencia
y solidaridad












Se da no sólo
una mala e injusta distribución
del dinero
y las ganancias
sino también
gran cantidad
de malversación
de fondos en coimas

El primer paso es
que los cristianos sientan, piensen
y vivan
como cristianos.
El segundo es redescubrir el valor comunitario de la fe

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 114
 


El nuevo nombre de la esclavitud

1. Hay una palabra que hoy caracteriza a la sociedad y es mencionada habitualmente por el periodismo: la corrupción. Parece una mala palabra pero es tolerada como una enfermedad. La sociedad parece no tener anticuerpos para ella.

La corrupción es una realidad tan vieja como el pecado en el hombre. Al comienzo de su carta a los romanos, san Pablo describe la corrupción de su tiempo. Y sustancialmente no difiere de la de nuestra época (cf. Rom 1,24-32). Esa corrupción también estará presente «en los últimos tiempos» (cf. 2 Tim 3,1-9). San Pedro exhortará a «sustraernos de la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia» (2 Pe 1,4b).

La corrupción es un signo de que el hombre ha perdido su dignidad de persona e imagen de Dios. Es un signo de que ha perdido su libertad de espíritu y vive esclavo de sus tendencias y pasiones. No es más dueño de sí mismo; es esclavo de sí mismo, «porque uno es esclavo de aquello que lo domina» (2 Pe 2,19b).

2. La corrupción es el resultado de una cultura alejada de Dios y destructora del hombre (cf. Rom 1,18-23). Su signo es la violencia, la inseguridad social, la impunidad legal, la falta de sentido en la vida, el sopor del materialismo, la desesperanza…

La cultura secularista, cerrada sobre sí misma, sin trascendencia espiritual, habla de libertad creando nuevas formas de esclavitud. «El hombre actual, en realidad, no puede elegir. Puede votar pero no le cree a los políticos. Vive socialmente encerrado: elige lo que le proponen como estudiada forma de vida consumista» [1]. La vida real es desdeñada y agredida. Se impone una cultura de muerte disfrazada de satisfacciones, turismo y comunicaciones evasivas. «Educar —dirá el Papa— es algo más que formar personas para tareas económicamente productivas» (Disc. del 26/3/92).

3. Una de las formas de esclavitud es el tener que trabajar sin defensa de la dignidad de la persona. El trabajo ya no es la realización de una vocación sino la búsqueda de la subsistencia material. «Se nos avergüenza porque no rendimos lo suficiente o no nos ocupamos de capacitarnos para ser dignos de perdurar en el empleo. Súmele a estos sentimientos tan masivos, el terror de perder el empleo de aquellos que todavía lo conservan. El efecto político, entonces, es el de lograr poblaciones cada vez más explotables, dispuestas a cualquier cosa para obtener trabajo o para conservarlo. La vergüenza y el miedo deberían cotizarse en Bolsa, porque constituyen un elemento importante de la ganancia de las empresas» [2].

Se habla falazmente de "flexibilidad laboral". Esa flexibilidad no hay que entenderla como algo que favorece al hombre en su realización laboral. Es una palabra mentirosa. La flexibilidad hay que entenderla como las condiciones con las que el trabajo puede ser más eficaz en su servicio a las riquezas y al capital internacional, cada vez más anónimo: excesivas horas de trabajo, poca retribución económica, inestabilidad laboral con todas las repercusiones familiares que ello incluye, vivir al servicio de las exigencias empresariales, asfixia de la vida familiar y de su entorno social y religioso, mayor desamparo de la previsión social para los más pobres o menos dotados de preparación, etc. etc.

«"Desgrasar", reducir el costo laboral, constituye uno de los medios más eficaces de ahorro (para las empresas). ¡Cuántos políticos, cuántos empresarios juran que crean puestos de trabajo y a continuación se jactan de haber reducido sus planteles!», dice Viviane Forrester en su denuncia de "El horror económico", editado por el Fondo de Cultura Económica.

Al legítimo proceso de globalización humana se lo utiliza en favor de una economía explotadora del hombre y sin sentido de trascendencia y solidaridad. Es una economía que endiosa al capital, la empresa y el mercado, y transforma al hombre en un siervo de la gleba universal. La vida del hombre es para servir al capital. «El triunfo del mercado —dice un economista— es evidentemente el triunfo del capitalismo… Cuanto más alto es el grado de protección social, más debe serlo la tasa de desempleo para disciplinar las reivindicaciones salariales… El efecto del pleno empleo sobre el poder de negociación de los asalariados es compensado por la relativa precariedad de las formas de empleo… De esta forma se expresa actualmente la ideología del mundo» [3].

La persona es un medio y un instrumento de producción en tanto no pueda ser reemplazada por la máquina. La máquina es más eficaz y menos conflictiva. El ideal es trabajar a imagen y semejanza de la máquina: satisfacer las necesidades mínimas, desgastarse y quedar fuera de servicio. En realidad, la actual "flexibilidad laboral" es el nuevo nombre de la esclavitud.

4. El hombre sabe engañarse a sí mismo. Emplea palabras liberadoras pero vive realidades opresivas. La historia moderna ha corrido detrás de utopías falaces. El hombre ha terminado desconociéndose, perdiendo su dignidad. Lo atestiguan las grandes guerras y el uso del progreso para la destrucción, los crímenes en ellas, las múltiples opresiones políticas en las naciones, el dominio en nuestra generación de la violencia en la ciudad, el imperio de la droga y el alcohol, la pérdida de la identidad sexual y de la familia, innumerables injusticias y explotaciones.

En la economía y el trabajo se da no sólo una mala e injusta distribución del dinero y las ganancias sino también gran cantidad de malversación de fondos en coimas, negociados, etc. Esto también indica la pérdida de la honestidad como valor social y expresión de la dignidad de la persona humana.

«En la Conferencia Internacional contra el Trabajo de Menores, recientemente realizada en Oslo con el auspicio de la UNICEF, se estimó en 250 millones el número de niños explotados o prostituidos, de los cuales 6,5 millones son latinoamericanos… También allí se responsabilizó a las políticas neoliberales agresivas como las principales causantes de la agudización de la pobreza y la explotación de los menores» [4].

Según datos internacionales, hay que prepararse para alimentar a 800 millones de hambrientos generados por esta civilización que no puede garantizar la esperanza ni sostener la vida.

5. Frente a este panorama donde la cizaña parece querer ahogar al trigo, ¿qué pueden hacer los cristianos en la actual cultura de la globalización secularista? Pregunta de difícil respuesta si se mira al proceso creciente de descristianización y al alejamiento social de los valores tradicionales.

Para dar una respuesta hay que ubicarse en el punto de partida cristiano y evangélico: la conversión. La conversión no sólo de la vida moral, sino la conversión personal a Jesús y a las enseñanzas de su Evangelio. Juan Pablo II ponía esto de relieve, hablándoles a los Movimientos eclesiales: «En los movimientos y en las nuevas comunidades han aprendido que la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Espíritu Santo» (Disc. del 30/5/98, n. 7).

En este mismo sentido habla el Mensaje de la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos cuando dice: «El mejor medio de celebrar el gran jubileo del nacimiento del Señor será para nosotros escuchar de nuevo su Evangelio, colocarlo en nuestro corazón y compartirlo con humildad, gratitud y alegría, a la manera de los Apóstoles en el momento del primer Pentecostés» (cf. L'Osservatore Romano 19/11/97, pág. 12, n. 30).

Lo primero es que los cristianos sientan, piensen y vivan como cristianos. La Iglesia, pastoralmente, necesita recuperar la capacidad de evangelizar a la luz de dos hermosos y profundos documentos: la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y la Redemptoris Missio de Juan Pablo II. El cristiano actual —para expresarlo con una generalización— debe aprender a ser cristiano. «Porque Dios —dirá san Pablo— es el que produce en ustedes el querer y el hacer, conforme a su designio de amor. Procedan en todo sin murmuraciones ni discusiones: así serán irreprochables y puros, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación extraviada y pervertida, dentro de la cual ustedes brillan como haces de luz en el mundo, mostrándole la Palabra de Vida» (Fil 2,13-16a).

6. El segundo paso es redescubrir el valor comunitario de la fe. Si el laico se comunitariza, la sociedad se evangeliza. El mayor problema y amenaza para la fe, no es la fuerza del neopaganismo ambiental; es la debilidad de espíritu que manifiesta el creyente convencional, incapaz de ser testigo y anunciador del Reino de Dios.

Desde esta imagen comunitaria de la Iglesia, el mundo puede encontrar lo que inconscientemente buscan los hombres de buena voluntad a través de múltiples semillas sueltas del Reino: una civilización conforme al Plan de Dios que le devuelva al hombre su dignidad de ser libre. Así podrá amar al semejante y buscar la plenitud eterna de esta vida histórica.

Esto es entender la vocación del laicado no sólo desde la perspectiva política partidaria sino también, religiosamente, desde su vocación civilizadora globalmente considerada. Y en este sentido, es un llamado a que el cristiano se organice comunitariamente y se ocupe de las realidades temporales desde su vocación evangélica de discípulo de Cristo. Así podrá aspirarse a cielos y tierras nuevas en una civilización digna del hombre como hijo de Dios.

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce
El P. Ricardo, fundador del MPD

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 114, p. 17 (1998)

[1] Cf. Baudrillard, Jean, "El espectáculo de la corrupción nos complace a todos", Clarín 19/10/97, pág. 20. Entrevista de Jorge Halperín.

[2] Cf. Roffo, Analía, "Todos somos víctimas de este horror económico", Clarín 13/7/97, pág. 21.

[3] Cf. Fitoussi, Jean-Paul, "El mercado no garantiza la supervivencia de todos", Clarín 22/7/98, pág. 27.

[4] Cf. "Explotación infantil a fin de siglo", Editorial Clarín, 5/11/97, pág. 18.

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.