Dios quiere que
la Iglesia de su Hijo sea un Pueblo de comunidades llenas del Espíritu Santo, viviendo en la alabanza,
la actividad carismática
del Espíritu Santo,
y la alianza
del amor mutuo
en el compartir
de la vida
y la organización económica
de los bienes

Trabajar la propia naturaleza en orden al Reino de Dios
es hacer fértil
la travesía
de la vida


Es propio
de la tentación
conducir al grupo y las personas
a un proceso de naturalización
donde se acrecienta lo humano,
se formaliza
la oración
y se pierde
el Espíritu

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 72
 

Discernimiento comunitario

I. Presupuestos

• Dios hizo al hombre a imagen y semejanza de la Trinidad. Por eso el hombre está llamado a vivir en comunidad.

• La forma privilegiada de constituir una comunidad es compartir la Palabra de Dios y orar conjuntamente pidiendo el Espíritu Santo (Lc 11,13) en compañía de María (Hch 1,14).

• Dios da el Espíritu Santo que derrama el amor del Padre en los corazones (Lc 11,13; Rom 5,5). Así el hombre puede gustar la alabanza del Dios vivo y verdadero, vivir la alianza del mandamiento de Jesús y realizar un servicio de salvación a los hombres.

• La comunidad de Jesús, impulsada por el Espíritu Santo, tiene como principal misión evangelizar a los pueblos y naciones para que vivan conforme al Evangelio de Jesús según lo enseñado en Hch 2,42-47 y 4,32-37.

• Dios quiere que todos los hombres, reconociendo un Padre común del Cielo, vivan como hermanos teniendo un sólo corazón y una sola alma.

• La vida comunitaria necesita ser pastoreada por hermanos y discernida para que sea de crecimiento, maduración humana y santidad.

• Dios quiere que la Iglesia de su Hijo sea un Pueblo de comunidades llenas del Espíritu Santo, viviendo en la alabanza, la actividad carismática del Espíritu Santo, y la alianza del amor mutuo en el compartir de la vida y la organización económica de los bienes.

• El signo de la comunidad de salvación es, desde la entrega total a Dios, la unidad de la Alianza conforme al pedido de Jesús: ¡que todos sean uno! (Jn 17,21).

• La vida comunitaria del Evangelio busca alcanzar la santidad de cada miembro y la santidad de toda la comunidad (1 Pe 1,15; 2,9).

• La vida comunitaria pide el orden y la maduración de la naturaleza humana a fin de que no sea causa y motivo de conflictos y agresiones, que dificultan o imposibilitan la caridad de la comunidad. Ya que, como el Señor enseña, «el espíritu está dispuesto pero la naturaleza es débil» (Mt 26,41).

• La vida comunitaria exige saber discernir la presencia de la tentación en ella.

• El Tentador, que no quiere la alianza del hombre con su Dios y Padre, tampoco quiere la unidad entre los hombres.

• Por eso se ha de estar vigilantes a lo que atenta contra la comunidad: discusiones, críticas, murmuraciones, oposiciones a la vida pastoral y otras formas de acechanza.

• La Eucaristía es la celebración de la Pascua de Jesús en el amor de su Padre hecho comunión fraterna y comunidad de salvación. La Eucaristía es el sacramento de la comunidad.

• La comunidad cristiana está llamada a generar una Civilización del Amor sobre la Tierra, como testimonio de los hijos de Dios y discípulos de su Hijo Jesucristo el Señor.

II. El obrar de Dios

• Es propio de Dios llamar a la vida comunitaria y derramar su amor en los corazones para que ello sea posible.

• Como forma eminente de generar y mantener la vida comunitaria, el Espíritu actúa moviendo a compartir la vida creyente y celebrarla en la oración espontánea del corazón hecha en conjunto.

• En todo grupo que escucha la Palabra de Dios desde el corazón y la vida y ora al Padre, Dios obra derramando el don de la fraternidad a fin de que los hombres puedan tratarse como hermanos.

• El don de la fraternidad es un signo de la presencia de Dios y de la actividad del Espíritu que hace clamar a Dios llamándolo ¡Padre!, y a los hombres, ¡hermanos!, en la santidad de una comunidad.

• Dios mueve comunitariamente a compartir la vida, la oración, los bienes, y el servicio a los hermanos.

• Es propio de Dios como Señor disponer el corazón en la entrega radical a su amor y en la disponibilidad total a su voluntad santa. De este modo Dios suscita en su Pueblo variedad de vocaciones de vida y ministerios, servicios, dones y carismas con los que enriquece el Cuerpo de su Hijo.

• Dios también obra por medio de gracias que sanan el cuerpo o el corazón, como la inseguridad y los múltiples desórdenes afectivos, que impiden la madurez del amor en la persona. De este modo, Dios como Señor, sana, libera, ordena, transforma y eleva la naturaleza humana, para que la persona y la comunidad puedan integrarse plenamente en el orden y la actividad del amor y la santidad original.

III. El obrar del hombre

• Dado que el espíritu del creyente suele estar bien dispuesto pero que la naturaleza humana es débil y pecadora, es de mucho valor el adquirir conocimiento y experiencia de la propia naturaleza.

• Es propio de la persona y su naturaleza humana en situación de pecado el ser desordenada, superficial y dispersa. Como también, defenderse y encerrarse en sí misma; afirmarse buscando la propia satisfacción e interés; juzgar y criticar de acuerdo a prejuicios e imágenes emocionalmente deformadas de las personas; buscar el afecto y la posesión de los demás en los vínculos más afines, suscitando simpatías y antipatías, agresiones y divisiones y otros muchos defectos.

• Para la vida comunitaria es conveniente acompañar el crecimiento y maduración humana, como también el ordenamiento y simplificación del comportamiento natural, con el amor que la persona recibe y le tiene a Dios.

• Es propio de la persona madura aceptarse a sí misma y a los demás como son; trabajar los propios límites para que no entorpezcan la convivencia y amar al otro con los límites que él tiene.

• También es propio de la madurez personal el trascender los miedos y fantasías para vivir confiadamente la providencia de Dios y de acuerdo a la realidad de las cosas, las personas y las circunstancias de la vida cotidiana.

• Para la vida de comunicación y convivencia, la persona ha de madurar sus impulsos y vida afectiva. De ese modo podrá permanecer en el afecto fraterno y crecer en plenitud dejándose simplificar y amar por Dios.

• Es propio de la naturaleza "funcionalizar" el trato y la participación comunitaria. De este modo los hermanos tienden a comunicarse por formalidades, que hacen a los roles y funciones de las personas y no a su condición de hijos de Dios y hermanos de los demás. Esto hace perder la sinceridad y autenticidad de la expresión y comunicación, tanto en el trato fraterno y comunitario, como en la oración.

• De la naturaleza en situación de pecado salen ocultos sentimientos y actitudes de celos y envidias, rivalidades y competencias que impiden el amor mutuo y el servicio humilde y entregado a los demás.

• En el trato y las dificultades fraternas, el amor propio tiende a explicar naturalmente las cosas, en lugar de acceder a la reconciliación fraterna.

• Para la ayuda pastoral es importante tomar en cuenta la experiencia familiar y social de la persona, previa a la conversión y la vida comunitaria. Como también las etapas del crecimiento y desarrollo de la vida, a fin de no confundir con una actitud de libertad y conducta, los elementos de crecimiento que aparecen en la vida de la persona.

• Trabajar la propia naturaleza en orden al Reino de Dios es hacer fértil la travesía de la vida. Identificarse con Jesús, es encontrar en Él la imagen de crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.

IV. El obrar del Tentador

• Como nos enseña el Maestro, es necesario orar y amar para no caer en tentación. La unión con Dios y con los demás hombres ahuyenta al Adversario e imposibilita su tentación.

• El Tentador, adversario de Dios y mentiroso desde el comienzo, es envidioso de la naturaleza humana de Jesús. Lo más propio suyo es:

  — impedir la vinculación del hombre con Dios obstaculizando la oración y el desarrollo íntimo y trascendente del Amor;

  — impedir la vinculación de los hombres entre sí por el amor y la solidaridad creando divisiones y sectarismos;

  — provocar confusión en el curso de los pensamientos para hacer pasar de la verdad al error y de la salvación a la perdición.

• El Tentador, que es espíritu de burla y confusión, de orgullo, egoísmo y agresión, de mezquindad e incredulidad, quiere la destrucción del hombre en el fracaso de su Vida nueva.

• Por eso hay que discernir la presencia de la tentación en la vida comunitaria bajo la forma de críticas y murmuraciones, quejas, protestas, y todo lo que impide el buen ambiente y la unidad fraterna del grupo o la comunidad.

• También en esto, hay que estar atento a toda murmuración, resistencia y oposición al carácter pastoral de la comunidad de Jesús y a la sana y debida docilidad pastoral de las ovejas.

• Es propio también de la tentación el conducir al grupo y las personas a un proceso de naturalización donde se acrecienta lo humano, se formaliza la oración y se pierde el espíritu sobrenatural de las relaciones fraternas.

• El Tentador procura que, poco a poco, se haga un mal uso de la libertad como él lo hace: usar la libertad para la carne, la codicia de las riquezas y el propio bienestar y no para la vida del Espíritu en la entrega y la caridad. Es de mucha ayuda el denunciar la tentación en el diálogo pastoral.

• El Maligno procura también aislar y separar de la comunidad, y puede oprimir a un hermano con impulsos de viva disconformidad y sentimientos de no soportar a los hermanos, de agresión, deseos de huir de la comunidad, etc.

• El demonio puede también oprimir la relación entre hermanos y entre los esposos y miembros de una familia. Por eso es necesario acudir pastoralmente a hermanos con don de discernimiento y liberación para salir de la opresión y acceder a la libertad de la caridad.

• La opresión puede hacerse presente especialmente en la asistencia a la Eucaristía, manifestándose a través de dificultades de participación en la misma, no habituales en la persona, obstaculizándola al escuchar la Palabra de Dios o al recibir sacramentalmente el Cuerpo del Señor. A veces puede ir acompañado de fuertes impulsos de huida de la celebración eucarística.

V. La oración comunitaria

• Así como es necesario discernir la oración personal, también lo es respecto de la oración comunitaria, para lo cual puede beneficiar el tener en cuenta algunas cosas.

• A fin de tener un orden facilitador, concluida la oración común y leída la Palabra, el discernimiento puede hacerse en base a: la Palabra escuchada, el proceso de la oración tenida, y la experiencia personal dentro de la oración comunitaria.

• Es bueno, en primer lugar, comentar la Palabra escuchada expresando el sentir particular respecto del Mensaje que la Palabra del Señor trae a la reunión y al grupo.

• Para discernir la oración, ayuda el describir cómo transcurrió el proceso de la misma, caracterizarla (si fue de entrega, alabanza, quietud, liberación, etc.); y ver qué fue derramando en ella el Señor (dones, cantos inspirados, gracias personales y comunitarias).

• En la medida de lo necesario, hay que discernir el obrar de Dios, de la propia naturaleza personal o grupal y de la tentación en el proceso de la oración, haciendo una aplicación de carácter grupal respecto de los estados interiores que describe san Ignacio.

• Hay que prestar atención a ver si la oración expresó y comprometió la vida del grupo, o si fue simplemente lírica o entusiástica y sin compromiso con la realidad de la vida y la sinceridad del propio corazón.

• También hay que ver si el grupo se dejó mover por el Espíritu y conducir a la reconciliación, la entrega y la alabanza, a las bendiciones fraternas y la acción carismática del Espíritu Santo. Así Dios será glorificado en todo y nosotros en Él.

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce
El P. Ricardo, fundador del MPD

P. Ricardo
Cristo Vive Aleluia!
Nº 64, p. 156 (1988)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.