Dios es mi Padre

Empezar el año con el Señor: esa fue la propuesta. Los primeros 15 días de enero en Pilar, Cursillo de Evangelización; regalo de Dios.

Los días pasaban y la opción se profundizaba. Una opción legítima donde mi propio señorío es entregado a Jesús para que pueda ser Él en mí más que "yo en Él".

La cruz de Cristo purifica mis entregas: mi hijo, mi familia, mis cosas materiales, mi trabajo, mi futuro estudio, mi estado de vida, mi vida misma.

Y así, entregada a mi Señor, creía poder caminar su Evangelio, pero Él me tenía preparada una gran alegría. Descubrir la gracia de ser hija de su mismo Padre: "créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí".

Desde muy pequeña, mi padre abandonó mi hogar y sentí muchísimo la falta de su amor en mi vida, por lo tanto no podía entender el amor que el Padre eterno me tenía.

Pedí a Jesús, a mi Hermano mayor y Señor de mi vida, que me ayudara a ver y establecer una relación filial. Jesús yo no puedo, ¡muéstrate, Señor!

Jesús fue claro: tomó un hecho de mi vida muy tremendo. Hace ya 4 años un día —en mi trabajo— me vi obligada a elegir entre ganar el sueldo haciendo cosas que no correspondía o dejar de trabajar. La opción fue dejar de trabajar sabiendo que esto sería trágico para mi situación económica; no obstante no había otra solución. Comencé a buscar otros trabajos sin obtener resultados, al cabo de unos meses mi hijo sufrió un ataque de apendicitis aguda, solución: intervenir.

Recurrí a un cirujano que yo conocía para ver si esto era verdad y su respuesta fue: — Sí, traé todo, voy a prepararlo. Hay que operar ya.

— No, no, no puedo, no tengo, no sé, no…

Esas fueron mis respuestas, pero él dijo algo muy significativo.

Mientras yo veía estas imágenes, de pronto comencé a no ver más al médico hablando sino a Dios Padre. — Vos ocupate de que tu hijo esté bien, de lo demás me ocupo yo.

Todo marchó muy bien: Operación, tres días de internación, no pagué un solo peso y eso que era sanatorio. Dios Padre, providencia en mí.

Jesús quería que yo recordara este pasaje de mi vida, para que viese así cómo, aunque yo nunca había reconocido ser hija, el Padre siempre fue mi Padre.

Sentí un gran gozo en el corazón y me sentía mimada intensamente por Él.

Ese día yo nacía en la cruz de Jesús y el Padre me recibía al nacer, colmándome de caricias.

Esto abría también la posibilidad de mostrar a mi hijo ese padre amoroso; para que él también se sintiera amado. Dios quitaría tal vez de su pequeño corazón la misma sensación de abandono que quitó del mío.

¡Gloria a Dios!

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce


Beatriz Da Acosta
Cristo Vive Aleluia!
Nº 60, p. 30 (1987)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.