Cristo Vive ¡Aleluia! N° 59
 

La Gracia: un don de Dios

La vida de Dios en el hombre es un regalo, un don. Pero su cuidado y desarrollo depende del mismo hombre

1. La gracia, don y tarea

La gracia es recibida como don y se la desarrolla como tarea. Se nos da como "un impulso nuevo" que se traduce en un reconocimiento, toma de conciencia, posibilidad de visualizar para qué se me da la gracia. No supone el fin del camino. Es el comienzo de un trabajo interior de oración constante para "modelar" nuestra naturaleza.

Muchas veces, entre nosotros, ocurre que en los primeros tiempos del camino nos entusiasmamos, pues oración tras oración recibimos nuevas gracias.

Al profundizar en el camino de los grupos, nos sentimos decepcionados porque creemos que, así como Dios nos regaló las gracias, también las va a trabajar, sin darnos cuenta de que somos nosotros los que debemos cuidarlas y desarrollarlas, y por otro lado, acrecentarlas.

La gracia se puede perder porque "o se abandona explícita o deliberadamente, o bien porque se pierde de la misma manera que alguien ignorante o descuidado pierde una moneda o un anillo" (cf. P. Tomás Forrest, "Cómo se pierden los dones", Cristo Vive 25, p. 18).

2. ¿Cómo se trabajan las gracias?

La gracia se puede no sólo mantener sino también desarrollar, si uno pone en práctica ciertos "secretos", tales como:

  1. Hacer lo que sé que puedo hacer: si veo en qué consiste lo bueno y puedo realizarlo, no debo dudar en hacerlo.
    Dios nos da libertad para hacer lo bueno, lo que queremos. Y lo que queremos es permanecer en la Vida. Y la Vida es Jesús. Hacer lo que queremos no es necesariamente hacer lo que me gusta o tengo ganas. "Estén despiertos y pidan no ceder a la tentación porque el Espíritu es animoso pero la carne es débil" (Mt 26,41).
    Esto significa tomar conciencia de la propia limitación (volver a empezar tantas veces como sea necesario, sin desanimarnos).
     
  2. Perseverar: se necesita permanecer en la gracia concretándola en realizaciones de vida nueva. La gracia así puede llegar a gestar en nosotros actitudes, hábitos de vida. La perseverancia lleva al trabajo de las virtudes de la caridad.
     
  3. Utilizar los instrumentos que me da el Señor: usar las armas que Él pone en mis manos: su Palabra que es eficaz (cf. Flp 5,10-11), la oración personal y comunitaria, los sacramentos.
    Esto es muy sencillo y, sin embargo, a veces las gracias se pierden por no tomar los instrumentos que Dios pone al alcance de nuestra mano. De allí que el no utilizarlos, inclusive puede ser motivo de confesión.
     
  1. Volver a los lugares de gracia: estos lugares pueden ser externos o internos. Si, por ejemplo, he recibido una gracia en un determinado lugar (una capilla), volver a ese lugar a encontrarme con el Señor puede ser motivo de reencuentro con la gracia.
    Si he recibido una gracia determinada en alguna parte de mi ser, puedo afirmarme en la vida de fe pensando, caminando sobre esa gracia, sosteniéndome de ella.
     
  2. Seguir los impulsos del Señor: por más pequeños que sean. Seguirlos y trabajar mi docilidad. A veces un pequeño impulso es la puerta abierta a una gracia grande, si se sabe desarrollar siendo fiel al Señor.
     
  3. Pastorear las gracias: ir a mis pastores para que me ayuden a discernir cómo trabajar lo que Dios me dio y cómo vencer los obstáculos que traban su desarrollo.
     
  4. Aprender a elegir: desde la gracia de Dios frente a las circunstancias. Este trabajo interior y constante me lleva a la conversión, ya que va "modelando" mi sentir, mi pensar y mi actuar.
     

Por último, podemos preguntarnos: ¿cómo se sabe si una gracia es tal?, es decir, ¿cómo se sabe si es una gracia o una ilusión mía? El único signo es el cambio de vida, el paso de "vivir sólo para mí" al "vivir también para los demás y desde el amor de Dios". La auténtica gracia acerca a Dios. Y un signo de acercarnos a Dios es acercarnos al hermano, "ya que nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve" (1 Jn 4,20).

3. La naturaleza: orden nuevo desde el plan de Dios

El camino del que sigue a Jesús es el trabajo perseverante de nuestra naturaleza, (que es pecadora pero que fue rescatada por Cristo). Nuestra naturaleza puede facilitar o entorpecer el camino de la gracia, de acuerdo a si somos esclavos o señores de ella. El trabajo de la naturaleza consiste en disponerla al Espíritu y desde Él santificarla y ordenarla al amor.

"La gracia supone la naturaleza" (cf. "Psicología y gracia", Cristo Vive 43). Dios se manifiesta en la naturaleza que me fue dada. "Todos los fieles están invitados y obligados a buscar la santidad y la perfección del propio estado""El estado puede ser perfeccionado por algo distinto que lo trasciende, así la gracia perfecciona la naturaleza" (LG 42).

Este trabajo de la naturaleza es fundamental en orden a la santidad. Hay que dejar que la gracia de Dios pueda elevarla a su santidad original. Si no ponemos los medios para trabajar cada gracia que nos regala seremos cristianos tibios, encerrados en nuestra mediocridad. Nos queda un trabajo: entregar nuestra naturaleza y someterla al orden del amor de Jesús.

En este trabajo podemos diferenciar tres pasos:

  1. Entregar la propia naturaleza a Dios: el pecado nos hace esclavos de la naturaleza. Por eso debemos devolver nuestra naturaleza al Señor. Se trata de entregar el barro de nuestro ser a las manos del Alfarero. Entregar la historia pasada, los gustos, repugnancias, simpatías, antipatías. Poder pasar de reacciones naturales a impulsos sobrenaturales de gracia.
     
  2. Ordenar existencialmente la naturaleza: todos experimentamos una lucha intensa de tendencias (cf. Gál 5,16-25). No tomar como modelo a este mundo (cf. Rom 12,2). Debemos optar por ser conducidos por el Espíritu. En este sentido la lucha es permanente. Poder preguntarle al Señor qué tengo que ordenar de mi naturaleza y de mi vida (revisar envidias, celos, comida, descanso, enojos, administración de los bienes). Poder llegar a tener una "segunda naturaleza" evangelizada.
     
  3. Sacrificar la naturaleza (hacerla sagrada): cuando sea necesario hay que sacrificar la naturaleza, a ejemplo de Jesús en Getsemaní, para que participe de la Pascua. Puede ser para ordenarla (corregir algo), como señal de entrega a Dios, como servicio de amor fraterno (visita a enfermos, ayuno). Es necesario que nuestro ser muera a sí mismo y resucite al orden de Cristo.

Sólo así podremos ser constructores de una verdadera civilización del amor.


Mirta R., Mariu F. y Pedro D.
Centro de Misericordia
Cristo Vive Aleluia!
Nº 59, p. 10 (1987)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.