Hemos de edificar una Iglesia cada vez más pastoral y comunitaria,
un Pueblo estructurado orgánicamente
en comunidades, fieles a la Alianza, abiertas
a la acción del Espíritu Santo
y fuertemente conscientes de su vocación misionera y evangelizadora

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 14
 

Cristianos en comunidades

«El anuncio del Evangelio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado, cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón a las verdades reveladas y, más aún, al programa de vida que propone. Adhesión al Reino, al mundo nuevo, a la nueva manera de ser, de vivir y de convivir que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de la entrada visible en una comunidad de fieles, que es en sí misma signo de la novedad de vida» (Evangelii Nuntiandi, n° 23).

Hoy día, la palabra "Iglesia" evoca para muchos la imagen de una sociedad grandemente organizada, presente en todos los continentes y rigiendo a 750 millones de hombres por medio de 'leyes universales' promulgadas por el Papa; la imagen de una 'institución' que se sitúa junto a muchas otras instituciones.

Para Dios y su Pueblo, sin embargo, la Iglesia es principalmente una comunidad orante, fraterna y misionera de personas que reconocen a Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, como el Salvador de los hombres y el Señor del universo, y que habita en medio de ella por el Espíritu Santo conduciéndola hacia el Padre.

En la Iglesia primitiva, ser cristiano y pertenecer a una comunidad eran sinónimos. Era inconcebible un cristianismo masificado, de individuos aislados e incomunicados. Además de pertenecer a la Iglesia de una manera global y general, los nuevos convertidos eran insertados por el Espíritu en una comunidad local concreta donde podían crecer en el amor mutuo y en el servicio al Señor. Una comunidad-familia de Dios donde vivir la vida cristiana y anunciarse mutuamente la Palabra de Dios (ver Hch 2,41 4,32-37 5,14-16 5,42).

Estando unidos es como se vive el cristianismo (Jn 13,35). Sin la proximidad de mis hermanos, ¿cómo podría partir el pan espiritual? ¿Cómo podría poner en común los dones y carismas que he recibido? ¿Cómo vivir el mandamiento del amor? El cristianismo es comunitario por esencia. Pero si esto es cierto es todo tiempo y lugar, el cristiano de hoy tiene necesidad de encontrar verdaderas comunidades cristianas no sólo para vivir su fe, sino para sobrevivir como tal en un ambiente más y más hostil al cristianismo.

Hemos de edificar una Iglesia cada vez más pastoral y comunitaria, con dinámicas cada vez mejor adaptadas a la vida de sus miembros. Un Pueblo estructurado orgánicamente en comunidades, donde vivir el amor mutuo, donde sanar nuestro ser íntegro por la presencia real de Jesús en la Eucaristía y en la oración compartida (cf. Hch 18,20). Comunidades fieles a la Alianza, abiertas a la acción del Espíritu Santo y fuertemente conscientes de su vocación misionera y evangelizadora.

La meta principal de los esfuerzos pastorales hoy en la Iglesia debe ser construir comunidades que le hagan posible a una persona llevar una vida cristiana normal y plena, debe ser edificar un Pueblo unido al Señor que viva para alabanza de su gloria (cf. Ef 1,11). Comunidades donde las relaciones mutuas no sean meramente "funcionales" (en orden a realizar un objetivo), sino fundamentalmente interpersonales, fraternas, como hermanos en Cristo.

Si a ti el Señor te ha confiado una porción de su Rebaño, grande o pequeña, si Él te ha puesto como guía de tus hermanos, pregúntate con valentía: ¿estoy trabajando por hacer de ellos una verdadera comunidad cristiana? ¿Tengo certeza de que el Centro de sus vidas es Jesús? ¿Les he enseñado a alimentarse diariamente de la Palabra del Señor? ¿He orado para que cada uno reciba "la plenitud" del Espíritu? ¿Han aprendido de mí a ser fieles al amor del Padre aún en las angustias de la cruz?

Esto es exactamente lo que Jesús está haciendo hoy entre los suyos. Está edificando comunidades cristianas vivas y fecundas. Así prepara a su Pueblo para el combate último (cf. Lc 21,8-36), así embellece a la Novia para el encuentro con el Amado (cf. Ap 21,1-11). Dejémoslo obrar en nuestro corazón, y en el de nuestros hermanos.

«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 3,20.22).

Carlos

Carlos E. Yaquino,
Cristo Vive Aleluia!
Nº 14, p. 8 (1978)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.