Los cristianos
hoy día, ¿son
verdaderamente creyentes, con una fe personal, comprometida, valiosa?













El deber primordial de los cristianos
de hoy es mostrar
en sí mismos
la imagen de cristianos convertidos y llenos del Espíritu Santo

Cristo Vive ¡Aleluia! N° 14
 

Auténticos cristianos

Ninguna renovación duradera de la Iglesia es concebible si los cristianos no hemos encontrado nuestra propia identidad. Nada nos es más esencial que conocer lo que significa ser un cristiano normal, un bautizado auténtico (al decir 'normal' pretendemos establecer la 'norma' partiendo de Dios y no precisamente en función de nuestra correspondencia a la gracia).

Un cristiano fundamentalmente es un convertido. El cristiano de la mañana de Pentecostés debía llevar a cabo un 'vuelco' en su misma alma, una 'metanoia' y una ruptura con múltiples ataduras (cf. Hch 2,37-39). El bautismo significa para él: muerte al hombre viejo, liberación y vida nueva.

Un cristiano es un convertido que se ha desprendido de sí mismo para adherirse a Jesús de Nazaret, muerto y resucitado por él. Ha reconocido personalmente a Jesús como el Cristo, el Hijo del Padre, el Ungido del Espíritu. Ha descubierto en Jesús al Salvador y Señor de los hombres.

Jesús ha venido a salvarme de mí mismo, del pecado, de la muerte, de las potencias del mal. Todo lo cual no tiene sentido ante quien proclama la suficiencia del hombre, la inexistencia del pecado, la nada después de la muerte, y que sitúa a las potencias del mal entre los mitos. Jesús, cuyo mismo nombre quiere decir "Dios salva", no puede ser reconocido como tal si no se define con claridad aquello de que nos salva. Salvando al hombre del pecado, raíz de todos los males personales y colectivos, Jesús pone el fundamento de todas las liberaciones necesarias: la liberación del oprimido, la lucha contra la violencia y contra la injusticia, forman parte de los bienes de la salvación.

Para ser un cristiano verdadero es preciso, además, haber encontrado a Jesucristo como Señor y Maestro de vida (cf. Jn 1,35-39), como quien bautiza «en el agua y en el Espíritu Santo». Cuando el cristiano en virtud del bautismo entra en el misterio de Cristo, se injerta a su vez en el misterio de su Pascua: muerte, resurrección, y efusión del Espíritu Santo. Estando bautizado en el agua, símbolo de regeneración, al mismo tiempo queda bautizado en el Espíritu que vivifica. El bautismo es para él como una actualización de Pentecostés. Nos sentimos tentados de leer los Hechos de los Apóstoles como una serie de sucesos curiosos, donde se percibe al Espíritu Santo 'trabajando' en las primeras comunidades, multiplicando signos y prodigios y repartiendo dones y carismas. Pero lo hacemos relegando todo ello al pasado, como en un archivo; nos cuesta trabajo creer que tales manifestaciones del Espíritu Santo trascienden el tiempo y el espacio, y que se dan en la actualidad.

Es necesario medir con realismo el grado de cristianismo vivido por los cristianos que encontramos hoy en día, después de veinte siglos de evangelización. Y vemos con frecuencia que existe un contraste entre el cristiano descripto por Pedro la mañana de Pentecostés y el que hoy tenemos ante nuestros ojos, el que somos nosotros cuando termina este segundo milenio. Nos es preciso tomar conciencia de este estado si aspiramos a que la renovación eclesial adquiera forma y sentido; la Iglesia será lo que sean sus miembros. La renovación de la Iglesia depende ante todo de los componentes de esta comunidad, que son las piedras del edificio: los cristianos de nuestros días.

Si yo comparo la imagen del cristiano original con la de numerosos cristianos más nominales que reales, el contraste salta la vista y plantea el problema de la renovación radical de toda la Iglesia. El Concilio Vaticano II fue pastoral, deseoso de adaptar a la Iglesia a las necesidades de la hora. Suponía, como hipótesis de partida, que la Iglesia estaba formada por cristianos auténticos, o por lo menos por los que se esforzaban por serlo. Pero los hechos nos obligan a replantearnos ese presupuesto inicial. Los cristianos hoy día, ¿son verdaderamente creyentes, con una fe personal, comprometida, valiosa?

Tenemos que presentar y ofrecer un Evangelio auténtico, que revele al mundo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, con las exigencias de Dios para quien se proclama cristiano de cara a los hombres. Debemos invitar a nuestros hermanos en la fe a tomar continuamente una conciencia más viva de su fe, según una adhesión cada vez más personal. Es necesario ayudar a cierto número de ellos a pasar de un cristianismo más o menos sociológico a un cristianismo pleno. El cristianismo heredado que se funda principalmente en el nacimiento y en la educación debe ir convirtiéndose en un cristianismo de opción, fundado en una decisión personal, con conocimiento de causa. No se nace cristiano, hay que llegar a serlo.

Los primeros cristianos eran adultos invitados a convertirse, aceptando la Palabra de Dios según una adhesión voluntaria y libre que revolucionaba toda su vida y podía hacerles llegar hasta el martirio. Pero poco a poco la situación fue modificándose, y la Iglesia comenzó a bautizar niños; se respiraba y se vivía en un ambiente cristiano dentro de los hogares, y después en la sociedad civil. Nuestra pastoral se convirtió en una pastoral de cristiandad. Al presente, en gran número de países, toda esta situación ha pasado.

Éste es el nudo del problema: ¿Cómo es posible hoy cristianizar a cristianos nominales? ¿Cómo evangelizar a un mundo en gran medida ya post-cristiano? ¿Cómo hacer que se desarrolle un cristianismo de libre opción según el cual el cristiano sería aquel que en plena lucidez se "convierte a Cristo", es decir, aquel que ha ratificado en nombre propio los sacramentos de su iniciación cristiana, un hombre de fe abierto al Espíritu Santo y a sus dones, en camino a su destino sobrenatural?

Quiérase o no, el cristiano de mañana será cada vez menos un cristiano hereditario, encuadrado y sostenido por una sólida tradición cristiana familiar. Tendrá que optar, en plena lucidez y libertad adulta, para aceptar o no que su vida quede animada por Jesucristo. Ningún adulto podrá ser cristiano por decreto; la decisión estará en sus manos, y dependerá en gran parte del cristianismo que le será ofrecido y que estará viendo vivir.

Una Iglesia sencillamente practicante no nos basta; ante todo, es necesario que sepa dar testimonio. Nos es indispensable proclamar a Jesucristo en el mundo contemporáneo, testimoniar nuestra fe en Él. Tenemos necesidad de cristianos que crean en Jesús, que proclamen su fe en la resurrección y en la acción penetrante del Espíritu, expresándola en todos los aspectos de su vida.

Nadie se hace cristiano automáticamente: hay un camino para cada uno que conduce a un desarrollo cristiano pleno. Para llegar a ser plenamente cristiano es necesario aceptar con plena conciencia la conversión a Cristo y la apertura al Espíritu.

El deber primordial de los cristianos de hoy es mostrar en sí mismos la imagen de cristianos convertidos y llenos del Espíritu Santo. Tal es la misión propia de los verdaderos cristianos actuales, que se esfuerzan en el corazón del mundo por responder a las exigencias del Evangelio, transmitiendo su fe. Gracias a Dios todavía no son pocos, y si los cristianos de tipo sociológico no dejan adivinar lo que es el verdadero cristianismo, estos otros despiertan por él un interés, una atracción.

Es preciso que obispos, teólogos, sacerdotes y cristianos comprometidos, cada uno llevando en sí su propio carisma, encarnen esta imagen de "convertidos llenos del Espíritu Santo", para que puedan enseñar a los demás el auténtico mensaje de vida del Maestro y decirles que entre el cristianismo de ayer y el de hoy no hay discontinuidad.

Todo esto nos conduce a un recio examen de conciencia: ¿De veras estoy convertido? ¿Acepto vivir el cambio del alma, que no solamente me sustrae del pecado sino que transforma también todos los días mi prudencia, mi visión de las cosas, mis críticas habituales? ¿Es cierto que verdaderamente he aceptado que Cristo sea en cada momento mi «camino, verdad y vida»? ¿De veras que he sido plenamente 'cristianizado' por Cristo y 'espiritualizado' por el Espíritu? ¿Creo que en nuestro siglo veinte tanto el Espíritu como sus carismas son indudablemente reales?

El cristianismo del porvenir no podrá enfrentarse con esta situación si de nuestra parte no le hemos transmitido un cristianismo fuerte, tónico, fundado en el poder del Espíritu, cubierto por su sombra y obrando los «signos y prodigios» que testimonien que seguimos viviendo en el tiempo de Pentecostés.

Card. Leo J. Suenens,
¿Un nuevo Pentecostés?
Cristo Vive Aleluia!
Nº 14, p. 19 (1978)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.