Se llamará Juan…

estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre…, anunciará al Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,13-17). Así nos anunciaba el Señor el nacimiento y el nombre de nuestro hijo Juan Elías.

Nació el 9 de febrero del año 2000. Lo recibimos con gran alegría, fue para nosotros una expresión del amor de Dios para nuestras vidas. Desde ese día, su presencia entre nosotros, sus papás, fue un anuncio de la vida del Evangelio; el Señor nos invitaba a dejarnos conducir por su Espíritu Santo en las pequeñas cosas, en lo cotidiano. Así aprendimos en medio de los desvelos, lo que no sabíamos, lo que más nos costaba, a disfrutar de nuestra vida familiar.

La invitación del Señor era: hacerlo a Él centro de nuestras vidas y permanecer en la caridad en cualquier circunstancia. Esto nos permitió en este tiempo no sólo disfrutar de nuestra vida junto con Juan Elías, sino también poder incorporar esta nueva realidad de familia a la vida de la comunidad.

El 23 de mayo el Señor recibió la vida de nuestro hijo. Nuestro bebé falleció de muerte súbita (muerte de cuna, sin causa aparente), sólo que fue reanimado por unas horas en las que permaneció en terapia intensiva, en coma profundo.

¡Señor, le decíamos, creemos que podés resucitarlo como lo hiciste con Lázaro, pero que sea lo mejor para él! En ese mismo instante empezó a disminuir su frecuencia cardíaca. Cuando su corazoncito dejó de latir, en nuestro interior surgió, en medio de tanto dolor, una alabanza: ¡Bendito seas Padre! ¡Te damos gracias porque su vida te pertenece y nos lo prestaste por tres meses para cuidarlo! ¡Sabemos que Juan Elías está con vos!

Sólo el Espíritu Santo podía revelarnos esto. «El Espíritu Santo que resucitó a Jesús obra en los creyentes con la grandeza de su poder» Ef 1,19-20. En el transcurrir de los días que siguieron, este mismo Espíritu es el que viene en nuestro auxilio y nos invita a permanecer en la fe, a poner nuestra esperanza en la Vida Eterna, a pedirle a María que interceda por nosotros para que seamos fieles hasta el fin, para que algún día sean nuestros hijos los que nos abran las puertas del Cielo.

Hoy es la vida de la comunidad y la oración de los hermanos la que nos sostiene; cada vez somos más conscientes de lo que sería de nosotros si no la tuviéramos. «Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto» Lc 24,49. Para nosotros, permanecer en la ciudad, es permanecer en la comunidad, construir con lo que tenemos y dejar que el Señor ponga el resto, es allí donde se derrama el Espíritu Santo. Permanecer en la ciudad, es permanecer adheridos a la Cruz de Jesús, ya que el dolor es mucho, pero sólo abrazados a Él, nuestra muerte puede dar fruto.

Hay un misterio en el que el Padre nos invita a penetrar, es el Misterio de la Salvación. El Padre que entregó a su Hijo único nos quiere santos, esa santidad se construye en la comunidad y nos llama a hacer de nuestras comunidades, comunidades de salvación para los hombres.

«Anunciará al Señor con el espíritu y el poder de Elías». Cada día que transcurre, más nos convencemos que el anuncio de la vida de Juan Elías es éste: La vida de la comunidad es el lugar de salvación y la respuesta para el mundo en que vivimos.

Juan y Lilia
Cristo Vive Aleluia!
Nº 126, p. 14 (2001)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.