Jesús tuvo un lugar donde nacer

«Hijo, si llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a Él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación, sé paciente» (Eclesiástico 2,1-4).

Comenzaron nuestras esperadas vacaciones en la playa el 19 de diciembre de 1990, con muchas ganas de reencontrarnos, pues somos una familia grande, tenemos cinco hijos. Los primeros días percibimos algo especial. Reinaba entre nosotros un clima de paz; sin proponérnoslo, todos colaborábamos con todo, nos ayudábamos y atendíamos espontáneamente. Los chicos más grandes, Hernán y Mariana de trece y doce años respectivamente, nos ayudaban mucho con los más chicos.

El día 24 de diciembre, Juan Marcos, de tres años, comenzó con fiebre alta. Lo llevamos al médico: no tenía nada aparente. Estaba muy caído, sin fuerzas, no podía estar en pie. Volvimos al médico y no pudo diagnosticar nada hasta ese momento. A la mañana siguiente, día de Navidad, amaneció muy mal. No nos respondía, parecía que no nos escuchaba, estaba lleno de microhemorragias (petequias).

De inmediato, volvimos a consultar al pediatra. El diagnóstico fue meningitis, para ser más preciso, meningococcemia, el tipo de meningitis más cruento en su desarrollo y con riesgo de mortalidad altísimo, según nos informó el médico que lo atendió en ese momento. Nos indicó internarlo urgentemente. Para eso teníamos que dirigirnos a Mar del Plata, pues estábamos en San Bernardo, a 200 km. El médico pidió una ambulancia; yo, Silvana, subí con Juan Marcos, y Alfredo nos seguía en el auto con los otros chicos.

El viaje parecía interminable; Juan estaba semiinconsciente. Lo veíamos muy mal. Orábamos intensamente; yo junto a Juan Marcos, y Alfredo con los demás niños. Le pedíamos a Dios que se cumpliera su voluntad, que no permitiera que la distancia y las dificultades decidieran sobre la vida de Juan. Sólo le pedíamos que se hiciera su voluntad, la cual aceptábamos con el único consuelo de sentir en nuestro corazón que con Él iba a estar mejor que con nosotros.

Teníamos en nuestro interior la certeza de la Vida Eterna, aunque le pedíamos con insistencia que Juan Marcos se sanara, pero que se cumpliera solamente su voluntad. Esto nos daba paz y serenidad, pero no ocultaba el dolor que vivíamos.

Llegamos al Hospital Materno-Infantil de Mar del Plata. La guardia lo recibió y atendió inmediatamente. Varios médicos, enfermeras, un cirujano y asistentes, durante casi dos horas, lo atendieron alrededor de su cama. Al rato de haber entrado, nos avisaron que las posibilidades eran mínimas y que el riesgo de mortalidad era elevadísimo. Había que superar el momento y luego esperar de 24 a 48 horas decisivas.

Alfredo, con los demás chicos, María Inés, de 6 años, y María Fernanda, de nueve meses, esperaban en una sala más alejada, ya que las corridas de los médicos alrededor de Juan Marcos eran permanentes. Los más grandes iban y venían desde donde estaba Alfredo hasta el lugar donde me encontraba yo, me abrazaban y comprendían qué estaba pasando.

Mientras esperaba en la puerta de la sala, una enfermera me avisó que me llamaban por teléfono. Estaba físicamente destruida, y tan lejos de todo lo conocido, que me resultó sorprendente. Era una persona desconocida para nosotros, Graciela S., que nos decía que era del Movimiento, que Luis, mi hermano la había llamado desde Buenos Aires y en cuanto terminara de trabajar, iría a vernos. Esa voz, esa llamada, ¡cuánto significó para nosotros! ¡Cuánto nos contuvo! Nuestro pueblo, el pueblo de Dios, estaba con nosotros.

Enseguida llegó al hospital Alejandro, cuñado de Graciela; buscó a Alfredo y se puso al servicio de lo que necesitáramos. Llevó a los chicos a su casa, les dieron de comer y atendieron todas sus necesidades. Esa misma tarde llegaron de Buenos Aires mi hermano Luis y Esther, mi mamá, que también nos asistieron en todo lo que fuimos necesitando.

La familia S. también los recibió en su casa, dejando todo lo previsto por ellos para su día de Navidad. Les dieron casa, comida, lugar para dormir y todo tipo de atención desde el corazón. Cuando Jesús, en un día como ése, no tuvo lugar donde ser recibido, a nosotros nuestros hermanos nos abrían todas sus puertas. Teníamos más de un lugar para ir y muchos hermanos recibiéndonos y orando por nosotros y por Juan Marcos. ¡La gracia de la Comunidad se multiplica en amor y respuesta a nuestra necesidad y la cubre por demás!

Cuando los médicos terminaron de atender y medicar a Juan Marcos, pude entrar y quedarme al lado de él. Estaba canalizado, sondeado y con máscara de oxígeno. Todo estaba en manos de Dios.

Luego llegó al hospital Graciela S. y se puso a nuestro servicio. Más tarde, llegó Graciela L., otra hermana del Movimiento, y nos trajo la Eucaristía. ¡Qué sostén para nuestro corazón y nuestra fe! Toda la Comunidad de Mar del Plata oraba por nosotros, nos visitaba y nos ayudaba. La familia L. nos ofreció su casa, su ropa, su comida, su corazón. Nos acompañaba, al igual que lo hacía la familia S. Gracias a esta entrega y a las oraciones, Juan Marcos comenzó a evolucionar favorable y rápidamente. Esa misma noche, el médico que nos recibió, el que nos advirtió de la gravedad del caso, nos dijo que podíamos dar gracias a Dios, pues su experiencia decía que no había casi posibilidades de recuperación. ¡El Amor de la Comunidad hace milagros!

Luego de 48 hs, Alfredo pudo entrar a la habitación. Orábamos mucho. Siempre el Señor nos alentó con su Palabra, nos acompañó con su paz y se hizo presente y vivo en los hermanos del Movimiento. También nos llegaban oraciones desde Buenos Aires que nos acompañaban desde allí, con sus Palabras y sus esperanzas.

Pasamos la fiesta de fin de año sin el resto de la familia, porque habíamos decidido enviar al resto de los chicos a Buenos Aires por consejo médico y porque no sabíamos cuánto podía prolongarse la internación, compartiendo con Jesús el dolor del que sufre y la soledad del que le falta su familia, pero acompañados con hermanos en Cristo. También el hermano de Silvina y su cuñada nos vinieron a visitar el 1º de enero. ¡Jesús se hace presente en cada hermano y está en el corazón del que visita a un enfermo ya que visita a Jesús!

Uno de los primeros días, Cristina L. nos anunció que orando, habían recibido una palabra del Señor que les revelaba que la enfermedad de Juan Marcos era para su gloria y nos daba daba la seguridad de su sanación. También a nosotros, orando, el Señor nos había regalado la palabra de la resurrección de Lázaro, en la que dice Jesús: «Esta enfermedad no es de muerte, sino para manifestar la gloria de Dios».

El 5 de enero, luego de diez días de internación, repitieron los análisis de Juan Marcos para ver su estado y todo estaba normal. Nos dieron el alta. Esa misma tarde, víspera de Reyes, llegamos a casa en Devoto los tres, deseosos de reencontrarnos y disponernos para una nueva vida desde la voluntad de Dios.

Hoy, Juan Marcos está repuesto, como siempre, jugando y corriendo entre nosotros, recordándonos permanentemente el milagro que Dios hizo en su vida y en la nuestra por la gracia de la comunidad toda y de Mar del Plata, en especial. Nuestro corazón quedó prendido de Mar del Plata y quedó unido a los hermanos, las familias S. y L., entre otros muchos. ¡Cuánto nos ayudaron! ¡Cuánto nos enseñaron! Dios Padre bendiga a su Pueblo Santo, a su comunidad de Mar del Plata y nos haga sus intercesores y servidores de sus necesidades.

Silvana y Alfredo C.
Cristo Vive Aleluia!
Nº 90, p. 28 (1993)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.