Esta enfermedad es para gloria de Dios

«Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya». Desde hacía un mes Olga, mi mamá (49 años), tenía fuertes dolores en la espalda y un malestar difícil de definir. Los profesionales la medicaban día tras día sin obtener resultados.

Mis hermanos de comunidad en Avellaneda y de otros centros del Movimiento comenzaron a orar por su salud. Sin saber a qué nos enfrentábamos, teníamos la certeza de que el Amor del Padre todo lo puede.

Una noche, la enfermedad hizo crisis: mamá no se movía, había quedado paralizada por los fuertes dolores. En pocos días pasó de ser una mujer activa a estar limitada a una cama, dependiendo completamente de mí.

Al mismo tiempo, el Señor nos seguía dando pruebas de su bondad tocando el corazón de mis jefes, quienes me autorizaron una licencia con goce de sueldo. ¡Obra de Dios!

Todos los días el Señor me movía a anunciarle a mi madre cuánto la amaba, que confiara, que Él podía sanarla, que se reconciliara con Él. Y la Nochebuena se confesó, comulgó y recibió la Santa Unción. El reencuentro con los sacramentos fue el signo más poderoso de que Dios la libraría de su enfermedad física. Con un corazón reconciliado y resucitado comenzamos a orar juntas todos los días. Leíamos la Palabra minuto a minuto, hacíamos de cada gesto una entrega y pedíamos al Padre que más allá de lo que vieran nuestros ojos siguiéramos confiando.

La enfermedad ya tenía nombre, era cáncer con metástasis; cuando me lo dijeron no pude volver a casa, sólo quería llorar, sentía que el corazón se me partía en mil pedazos. Fui a mi Parroquia y casi desesperada le conté al P. Mario R., quien con mucha serenidad me dijo que no llorara, que esta enfermedad no era mortal sino «para gloria de Dios». A partir de ese día esas palabras me sostendrían frente a la muerte misma. Cuando volví a mi casa le dije a mi madre lo que tenía y también le dije que Dios quería sanarla y que caminaríamos con los ojos puestos en esta promesa. ¡Cuánta serenidad y paz! Comenzamos a orar por el oncólogo que la trataría sin conocerlo, aún por la médica que ya la atendía, le pedíamos a Dios que los bendijera y los iluminara y el Padre nos regaló a dos verdaderos hermanos. ¡Qué maravillas puede hacer la ciencia de la mano de Dios!

La Providencia se encargaba de todo: medicamentos, estudios, honorarios médicos que no nos cobraban, la comunidad que nos sostenía…

Dios derramaba sobre nosotros todos los dones y las gracias necesarias para enfrentar la situación. En medio de la crisis misma, alabábamos al Padre por permitirnos vivir esta prueba desde Él y con su consuelo.

Nuestro espíritu crecía y gozaba en la sanidad del corazón que se contraponía con todos los difíciles momentos del tratamiento.

En menos de un mes mamá había perdido el pelo, estaba débil, delgada, anémica, no soportaba los terribles dolores que tenía. Tuvieron que hacer dos operaciones de urgencia, y en la última los médicos hablaron conmigo porque todo estaba 'en manos de Dios'.

La imagen de María frente al dolor de su Hijo en la Cruz me descansaba, Ella había creído y confiado hasta el final y me invitaba a hacer lo mismo. Comencé a sentir a mi madre como hermana, como hija de un mismo Padre. Él la amaba mucho más que yo y era el único que sabía lo mejor para ella.

Renuncié a lo que yo quería y comencé a aceptar en mi corazón su Voluntad.

Por las noches, cuando la cuidaba, trataba de permanecer en oración, trataba de recordar las promesas del Padre y me repetía que no me debía importar lo que vieran mis ojos.

Pobre y débil, mi corazón y mi naturaleza se veían sostenidas por la Gracia de Dios. Sólo Él podía poner en mí los gestos de Amor y confianza necesarios para seguir.

Para maravilla de todos y gloria de Dios, comenzó a mejorar, ya podía caminar y moverse sola. Los estudios de los huesos comenzaron a dar inactividad cancerosa. ¡Gloria a Dios!

Hace un año detuvieron el tratamiento y permanecen con controles mensuales. A principios de año participó del Retiro de Pascua en Quilmes, oramos por su sanidad en casa, y hoy confiamos en que su columna mejorará para que pueda viajar y comenzar a orar en el grupo de adultos.

Más allá de la vida y de la muerte, más allá de tener que volver a la lucha, creemos y sabemos que el Amor de Dios venció a la enfermedad. ¡Alabado sea Dios!

Jesús es la Esperanza que este mundo desconoce

Beatriz S.
Cristo Vive Aleluia!
Nº 50, p. 13 (1985)

© El Movimiento de la Palabra de Dios, una comunidad pastoral y discipular católica. Este documento fue inicialmente publicado por su Editorial de la Palabra de Dios y puede reproducirse a condición de mencionar su procedencia.